sábado, 8 de octubre de 2011

La burocracia.


Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla. En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se había hecho, por algo sería. Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca.


Eduardo Galeano, El libro de los abrazos: La burocracia.


Todos escuchamos el cuento con los ojos cerrados preparados para contestar a la pregunta "¿Qué habéis sacado de este relato?" con la interpretación clásica: quizás a veces se llevan a cabo tareas que tiempo atrás tenían algún sentido y que ahora, finalmente, no. Que preguntarse el porqué de las cosas es fundamental, que a veces hay que romper con la tradición del "porque sí" e indagar para encontrar las razones originarias. Entonces, la niña de ojos claros y expresión soñadora que se contentaba con observar lo que hacíamos, contestó a la pregunta con "Había un general...", dispuesta a narrar lo que ella había entendido del cuento. Todos sonreímos al escuchar su respuesta porque, evidentemente, no era eso lo que nos pedían. Pero entonces pensé con nostalgia en esa inocencia ligada a la niñez por la cual sólo recordábamos lo que nos parecía imprescindible. ¿Qué más podía enseñarnos ese cuento aparte de que un general descubrió que el banquito un día estuvo pintado? De todas formas, era un cuento aburrido. ¿Y qué si se montaba guardia por eso? Menuda tontería. Al día siguiente de haberlo pintado podrían haber dejado de vigilarlo y ya está, no se habría hecho un cuento de semejante estupidez.

A veces habría que sentarse al lado de un niño y simplemente observarlo jugar.


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