El otro día tuve que apartar la mirada de tus ojos porque me parecieron tan íntimos que me estaban abrasando los nervios. Como si estuvieras viendo a través de mí. Creo que no solemos mirarnos tanto tiempo seguido a los ojos, y quizá por eso no pude aguantarlo. Pero me arrepentí de dejar de mirarlos, porque seguramente algo así no se repita en nuestra historia en mucho tiempo (ya sabes cómo somos).
Así que volví a fijar la vista en el origen de mi repentina sorpresa, diciéndome que la valentía hay que tenerla para todo, hasta para mirar a los ojos. Guardando la sensación tan dulce de ese intercambio simple, simplísimo, a la vez que abrumador.
A veces las musas provienen de veinte segundos de miradas correspondidas.
Creo que esta, entre otras, es una de las razones por las que podría esperar aunque doliera.
(Ahora no duele. Lo que es el platonismo.)
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