lunes, 2 de febrero de 2015

Sin otras alas que silencios.

La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.

Pedro Salinas, La voz a ti debida, versos 1385 a 1406.

Puede que sentarme aquí sea la confirmación. La sentencia. Creo que lo peor es que sea exactamente eso, una sentencia. La sentencia que confirma que lo he vuelto a hacer, que se me han escapado las palabras de la boca y que si doy un paso en falso me despeño por el precipicio de tu cuerpo ausente.

Mirar de frente al monstruo que se ha fugado de mi prisión emocional me derrumba mil veces. Lo peor de todo es que es un monstruo precioso porque tiene tus ojos sonrientes, y huele a ti, y dormiría abrazada a este monstruo todas las noches sólo por respirarte. Llenándome de sal las heridas, pero soñando feliz. Despertándome tan triste como me acosté, sabiendo que tu calor no me va a curar de la lluvia y el invierno.

Estoy echando de menos los besos que no me has dado. Las palabras que no me has dicho.

Está visto que no me puedo quedar sola conmigo.


Y yo, perdido, ciego,
no sé con qué alcanzarte, en donde estés,
si con abrir la puerta nada más,
o si con gritos; o si sólo
me sentirás, te llegará mi ansia,
en la absoluta espera inmóvil
del amor, inminencia, gozo, pánico,
sin otras alas que silencios, alas.

(Y esto es tan directo, que ni aunque te explote sabrás que es para ti.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario