Las ideas rebotan en mi cabeza como pelotas de tenis que algún malvado sector de mi cerebro lanza a diestro y siniestro. Últimamente sólo me gusta lo que escribo si lo escribo sin pensar; hace tiempo que quiero contar algo que me deje satisfecha por aquí, pero si lo premedito me da asco. Me parece feo, antinatural, artificial y poco original. Y hay tantos temas que me intrigan y me reconcomen, tanto por lo que merece la pena escribir, que me defraudo a mí misma antes siquiera de terminar cualquier pensamiento.
Definitivamente lo abstracto me resulta más bello que lo concreto, prefiero lo simple a lo artificioso, y ni siquiera sé por qué estoy escribiendo esto, y esa es la clave. Escribir en el momento justo. Sobre la vida, las emociones, la música, los colores. En el momento.
Y hoy me he acercado al teclado para escribir que últimamente no me siento muy orgullosa de la raza humana, pero aún me siguen conmoviendo las pasiones y los sentimientos que llevan a alguien a poner al otro antes que él mismo, que me sigue pareciendo un misterio el llanto por la pérdida, el amor o la impotencia. Que si hay algo que todavía conservemos de humanidad, sin duda es la capacidad de que alguien provoque emociones en otro alguien, emociones intangibles que oprimen el pecho, revuelven estómagos y derraman miradas.
Oh, música, gracias por existir y hacer que las palabras fluyan.
Por supuesto, me he vuelto a leer Los Juegos del Hambre.
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