Siempre imagino mi vida como una montaña. A veces pienso que voy hacia arriba, que voy a llegar muy alto, y al final resulta que me caí a mitad de camino y me quedé muy por debajo de la cima, pensando qué hice mal y por qué no pude llegar a la cumbre si puse tanto empeño en ello. Al final una acaba por cansarse de preguntarse siempre lo mismo y acaba por asumir que no podrá alcanzar lo más alto nunca, que tiene que resignarse a vivir por debajo como la persona mediocre que es. Que de nada vale exigirse si luego no se llega.
Mi única enemiga es esta mente rota desde crío, abre puertas prohibidas empujándome al vacío. No disfruto, es mi veneno ver que escriba lo que escriba pienso que no soy tan buena. Y si pierdo confianza, atada a las circunstancias, vago igual que un zombi, los temores nunca los vencí y con Dios mantuve un pacto demasiado triste: él jamás habla conmigo y yo no digo que él no existe. ¿Perdiste el norte? Yo lo perdí al jugar con miedo, al sentir nervios traicioneros tensando mis dedos. Puedo soportarlo.. quise esquivarlo y nada cambia, ahora mi corazón es como un invierno en Finlandia. No queda rabia, sólo pena, una gangrena que mis venas pudre, pieza perdida del puzzle que vive condenada y loca, rosa espinada, sangra quien la toca. Quise compañía y obtuve un monólogo, quise un final feliz y me quedé en el prólogo..
Busco una calma inalcanzable, la atmósfera aquí no es fiable.
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