martes, 4 de octubre de 2011

El Principito.

-¡Me ocupo de cosas serias!
Me miró estupefacto.
-¡De cosas serias!
Me observaba, el martillo en la mano, los dedos negros de grasa, inclinado sobre un objeto que le parecía muy feo.
-¡Hablas como las personas mayores!
Eso me dio un poco de vergüenza. Pero, despiadado, agregó:
-¡Tú confundes todo... mezclas todo!
Estaba verdaderamente irritado. Agitaba el viento sus cabellos dorados.
-Conozco un planeta donde vive un Señor carmesí. Nunca aspiró una flor. Nunca miró una estrella. Jamás amó a nadie. Nunca hizo más que sumas. Y todo el día repite como tú: "¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!". Se hincha de orgullo. Pero no es un hombre, ¡es un hongo!
-¿Un qué?
-¡Un hongo!
Ahora el principito estaba pálido de cólera.
-Hace millones de años que las flores fabrican espinas. Hace millones de años que los corderos comen, igual, las flores. ¿Y no es serio intentar comprender por qué se esfuerzan tanto en fabricar espinas que nunca sirven para nada? ¿No es importante la guerra entre los corderos y las flores? ¿No es acaso más serio y más importante que las sumas de un Señor gordo y rojo? ¿Y no es importante que yo conozca una flor única en el mundo, que no existe en ninguna parte salvo en mi planeta, y que un corderito puede aniquilar de un solo golpe, así sin más, una mañana, sin darse cuenta de lo que hace? ¿No es importante eso?
Enrojeció. Luego agregó:
-Si alguien ama a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es suficiente para que sea feliz cuando las mira. Se diría a sí mismo: "Mi flor está allí, en alguna parte...". Pero si el cordero se come la flor, para él es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagaran. Y esto, ¿no es importante?
No pudo decir más nada. Estalló bruscamente en sollozos. Había caído la noche. Yo había dejado mis herramientas. Ya no me importaban el martillo, la tuerca, la sed ni la muerte. Había, en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito que necesitaba consuelo. Lo tomé en mis brazos, lo acuné. Le dije: "La flor que tú amas no está en peligro... Dibujaré un bozal para tu cordero... Dibujaré una armadura para tu flor... Yo...". No sabía qué más decir. Me sentía muy torpe. No sabía cómo llegar a él, cómo encontrarlo... Es tan misterioso el país de las lágrimas...


Antoine de Saint-Exupéry.



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