-¿A quién queréis más, a vuestro padre o a vuestra madre?
-Yo los quiero a los dos igual. Mi madre es muy cariñosa y mi padre siempre me cuenta cuentos antes de dormir.
-Mi padre es muy gracioso.
-El mío también, siempre nos hace reír.
La niña, extrañada y confusa, dijo algo asustada:
-El mío nunca se ríe.
-Eso es porque tu padre es una persona seria.
-¿Eso significa que nunca puede reírse? -preguntó con creciente pavor.
-Sí, significa que nada le hace gracia y que siempre está muy ocupado.
La niña se dio cuenta de la gravedad de la situación. ¿Su padre no podía reírse nunca? Peor aún, ¿nada le parecía gracioso? ¿Estaba siempre demasiado ocupado para poder prestarle atención a cosas que podrían hacerle gracia?
Decidió que pasaría algún tiempo analizando a su padre.
Lo observaba seria y atentamente con sus ojos negros cada vez que hablaba o alguien le decía algo. A veces decía cosas carentes de sentido para ella y los demás se reían, él simplemente sonreía. ¿Qué ocurría? Parecía como si su padre hubiera perdido la capacidad de reír, como si lo intentara pero no pudiese. Aquello a la niña le preocupaba cada vez más.
Al fin, un día la niña se armó de valor (un valor demasiado grande para alguien tan pequeño) y le preguntó:
-Papá, ¿tú eres una persona seria?
Su padre empezó a reírse a carcajadas.
(Al final, la niña creció y se dio cuenta de que su humor era igual que el de su padre).